domingo, 27 de enero de 2013

Eso que llamamos vida

Yo conduzco, tú solo eres mi copiloto y, aunque intente evitar los baches de la carretera, tu también los sientes.
Partimos de un lugar sin nombre y nos dirigimos a un lugar sin tiempo. Deberíamos disfrutar del camino porque cuando bajemos del coche no nos volveremos a ver. A veces cogemos a autoestopistas que bajan antes de finalizar, aunque nos apene su marcha.
Entonces, ¿para qué iniciamos un viaje si un día llegamos y lo olvidamos todo? ¿Es posible no empezar esta excursión? No; es obligatoria. Puedes decidir cuando bajar del coche si eres lo suficientemente valiente; otras veces, aunque te esté gustando, el final es inesperado.
Eres tú el buen o mal conductor: nadie quiere subir en un taxi con un chófer tarado, pero a todo el mundo le gusta que éste sea hablador, un autobusero que se despida de los pasajeros cuando estos se bajan o un piloto que aterrice suavemente.
Los vicios son un atajo peligroso y molesto, mientras que siempre puedes intentar buscar el camino largo y disfrutar del paisaje.
No puedes bajar y subirte después, eso sería trampa, aunque los atascos son frecuentes: sientes que nada cambia, te rodean los mismos vehículos durante horas y acabas cansándote; es como si te estancaras; así que, en cuanto acaba el atasco, aceleras y dejas atrás esa monotonía.
Cuando el viaje dura más de lo normal, vas casi solo por la carretera y eso te deja ver con nitidez: recuerdas, anhelas, y te das cuenta de que se acerca tu parada y, sin más, te detienes. Se detiene el tiempo.