Yo conduzco, tú solo eres mi copiloto y, aunque intente evitar los baches de la carretera, tu también los sientes.
Partimos de un lugar sin nombre y nos dirigimos a un lugar sin tiempo. Deberíamos disfrutar del camino porque cuando bajemos del coche no nos volveremos a ver. A veces cogemos a autoestopistas que bajan antes de finalizar, aunque nos apene su marcha.
Entonces, ¿para qué iniciamos un viaje si un día llegamos y lo olvidamos todo? ¿Es posible no empezar esta excursión? No; es obligatoria. Puedes decidir cuando bajar del coche si eres lo suficientemente valiente; otras veces, aunque te esté gustando, el final es inesperado.
Eres tú el buen o mal conductor: nadie quiere subir en un taxi con un chófer tarado, pero a todo el mundo le gusta que éste sea hablador, un autobusero que se despida de los pasajeros cuando estos se bajan o un piloto que aterrice suavemente.
Los vicios son un atajo peligroso y molesto, mientras que siempre puedes intentar buscar el camino largo y disfrutar del paisaje.
No puedes bajar y subirte después, eso sería trampa, aunque los atascos son frecuentes: sientes que nada cambia, te rodean los mismos vehículos durante horas y acabas cansándote; es como si te estancaras; así que, en cuanto acaba el atasco, aceleras y dejas atrás esa monotonía.
Cuando el viaje dura más de lo normal, vas casi solo por la carretera y eso te deja ver con nitidez: recuerdas, anhelas, y te das cuenta de que se acerca tu parada y, sin más, te detienes. Se detiene el tiempo.