martes, 27 de noviembre de 2012

Un día malo lo tiene cualquiera


Llevo puesto el pijama y no tengo intención de cambiarme. La tristeza que poco a poco me invadía se ha apoderado por completo de mí. Me cuesta respirar; el aire hiela mis pulmones y las lágrimas cortan mi cara. Lo que parecía estar escrito en el cielo “hoy va a ser un mal día”, se ha escrito en mi interior y ha decidido asentarse en mi corazón. Los minutos pasan lentos y, a pesar del cansancio, las noches solo son una peor prolongación de la jornada. Los problemas, ya bastante vastos a la luz del sol, se magnifican bajo el brillo lunar que, al iluminarlos con su fulgor, parece embellecerlos. Podría quedarme a ver amanecer mientras intento resolver el rompecabezas, pero los  tempranos rayos empeorarían mi sensible mirada causada por las noches en vela, así que es entonces, al despuntar el día, cuando por fin consigo dormir; pero, las pesadillas, pronto hacen que me despierte entre sudores y sollozos prefiriendo volver a la rutina: caminar sin sentido, pensar en lo dañino y buscar soledad aunque necesite a alguien a mi lado.
Mucha gente dice que vivir es maravilloso, pero a mi me parece una obligación. Cada semana son siete días menos que, cuando te has cansado de fingir sonrisas, se agradecen.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Libre albedrío


Recurría a Ed como manera de escape; claro, él es de esas personas que siempre está ahí, que fingen que te escuchan, que aparentemente ayudan. Una buena solución pasajera, pero se acaba volviendo una necesidad, un contrato vitalicio. Alguien a quien ya no quieres en tu vida, que deseas que no forme parte ni de tu pasado; pero te persigue, te vigila cada paso.
Ed te hace feliz, pero te destroza, y ese es el problema. Los dos primeros días todo parece tan perfecto. Te sientes bien, va como esperabas. Pero poco a poco te das cuenta de que no es una solución, sino un problema más, y cuando quieres que se vaya, es cuando más está. ¡Qué genial es Ed! ¿No?
Todas las que lo conocen, o las que lo están conociendo. Todas las que un día se rindieron a sus pies y decidieron tomarle la palabra. Ed. Firmamos sin leer, aceptamos los términos y condiciones. Y ésa es la palabra: término. El fin.
Ed es un tipo de extremos: o todo o nada. Y se lo das. Lo que él quiere lo tiene. Pero, ¿en qué medida te afecta eso? -Soy jodidamente inestable, ¿qué dirías si te confieso que estoy loca?, ¡que estoy loca de atar!- Si le niego algo a Ed, si intento hacerle desaparecer, acaba recordándome todo lo que ha hecho por mí y lo que hará si no cumplo. Lo odio. Ed, vete.
Y acabas dejándote. Tu voluntad es demasiado débil para declararle la guerra después de tantas batallas perdidas. Y conoces a otras víctimas de Ed, y otras que fingen haberse librado -¿¡pero cómo puedes…!?- y por fin te sientes en familia, tienes algo en común con ellas. Te apoyan porque saben lo que estás viviendo, lo que has vivido, y lo que vivirás; pero ellas también se han rendido, y cada día somos más.
Estoy pidiendo ayuda a gritos, pero todos están sordos.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Otra noche más


Te decides: la voy a encontrar. Sentado en la cama, comienzas poniéndote una camiseta blanca de manga larga, hace frío. Los primeros vaqueros que ves y unas converse grises. Miras a tu alrededor, como si fueras a empezar una carrera que dejase todo eso atrás. Y la empiezas. Bajas las escaleras y abres la puerta del portal; allí la viste por última vez. Bailasteis sobre la nieve, bajo la farola que alumbra el porche hace unas semanas. Suspiras y corres. ¿Hacia dónde? No sabes en qué dirección ir, pero corres. Pasas por tantos sitios; en todos ellos la ves, y cada vez más cerca. La conseguirás. No recuerdas haber paseado con ella por las calles de esta ciudad, pero habéis caminado kilómetros de la mano bajo las estrellas infinitas.
No tienes fotos, ni su teléfono, ni la marca de perfume que utiliza; ni siquiera sabes si usa. Intentas recordar dónde estaba su casa, pero ¿alguna vez la viste lejos de la tuya?
¿Cómo la conociste? Repasas mentalmente todos los bares y garitos que frecuentabas antes de saber de ella, pero en ninguno aparece su nombre. Ni siquiera tus amigos te creen cuando hablas de cómo te mira, de cuánto la quieres, de cuánto te quiere; porque, te quiere ¿no?
Te sientas en el banco de un parque. Has andado tanto que no sabes dónde estás; ¿qué pasa si estoy equivocado?
Parece como si se estuviera riendo de ti: “Solo ha sido tuya por las noches”. Y todos tenemos sueños que olvidamos. Puede que ella formase parte de uno imborrable.
Anochece y sigues ahí, pensando. Dudando. Lo era todo, y ahora, ¿es alguien? Duele pensar que tengas que olvidarla; pero es tarde, y tienes que regresar, perdiéndote de nuevo, por las calles de la ciudad.
Llegas, agotado, destrozado, roto, y abres el portal.
-He estado equivocada, he estado en lo cierto. Déjame estar contigo esta noche.-Y vuelves a dejar que pase, otra noche más, otro sueño, otra vez.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El otoño que tú me faltes


Te preguntas ¿dónde está mi mente? cuando lo has perdido todo, cuando no te queda nada. Una melancólica melodía acompaña tus pasos mientras te diriges a nosequé lugar a recordar nosequé momentos. Lo único que pareces sentir es el anhelo de un tiempo mejor que ni siquiera eres capaz de imaginar. Tú ya has estado aquí, y no era solo. El sonido de las hojas cuando las pisas, el viento que agita levemente tu cabello. El perfume del otoño. El frío, que antes no era un impedimento, ahora lo evitas recolocándote el abrigo y buscando refugio en pensamientos ufanos, aunque eres incapaz. Te sientes pequeño, una mota de polvo. No sabes qué buscas y es probable que por eso no lo encuentres. Estás desorientado y caminas intentando respirar memorias, segundos felices de la gente que recorrió tus pasos, porque una de esas personas eras tú. Pero no lo ves. Te entristece haberlo olvidado todo. ¡Ojalá no hubieras firmado aquel pacto con el diablo!, te dices. Pero ya no sirve de nada. Cualquier mal pasado es una leve herida comparado con esto. ¿Serías capaz de reconocer quién te hizo tan dichoso ayer? ¿Habrá pasado por tu lado? Y te acurrucas a los pies de un árbol cuyas hojas, teñidas de sangre, en un acto suicida te acogen entre sus lamentos. Decides morir, aquí, ahora. Te falta aquello que daba sentido a tu vida. 

martes, 20 de noviembre de 2012

Y a ti te llegará. ¿O no?


Estoy tan hundida. He cavado un pozo de dos metros de profundidad para esconderme. Solo cabe una persona: yo.
Asustada, perdida y atemorizada con esto de la vida, ¿qué es?, ¿qué se pretende? Siento como si mi cuerpo, por dentro, estuviera hecho de llantos, de tristeza, de lo malo, y lo único que los demás ven es una fina capa de piel, una sonrisa, lo que quiero mostrar. Pero pasa el tiempo y la piel se rompe, y la sonrisa, se desgasta. Y no hay ningún estudio que demuestre que puedan recolocarse y que vuelva a ser feliz: ¿dónde se han escondido tus ganas de vivir ahora, pequeña? No lo sé.
Lo tomo como una pregunta retórica, sin respuesta, tengo que orientarme, encontrar la razón de mi existencia. He leído tantas incoherencias acerca de ella que mis esperanzas son nulas.
No  estoy enferma. Ése es el problema; dejo de estarlo.
Se trataba de ser camaleónica, ocultarse entre la gente, ser una más, seguir las reglas, no cuestionarte aquello que no tiene respuesta, porque sino, ¡ZÁS! Desencanto, amigo. ¿Y por qué yo y no otro? Te preguntas, y claro, otra vez lo has hecho. Te ha tocado. A ti, ahora. Unos nunca se darán cuenta y a otros todavía les queda un tiempo para quitarse las gafas sucias por las que ven. Entonces, ¿es una suerte? Yo lo considero un infortunio, una desgracia.
Sé que soy una ignorante y, desconozco muchas cosas, pero me gustaría desentenderme de la mitad de lo que sé.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Rutinas


Los sábados por la mañana desayunaba en “Le petit Café”. No hacía falta que pidiese un café con leche y un poco de tarta de manzana; allí ya me conocían, así que en cuestión de minutos me lo servían en la mesa junto con una sonrisa y un “¡Buenos días, mademoiselle!” que, realmente, funcionaba. Un gato gris de ojos verdes solía reposar sobre el alféizar de la ventana situado al lado de la mesa en la cual me sentaba por costumbre. Siempre acababa acariciándolo atraída por su frondoso pelaje.
Aún recuerdo el primer día que me senté ahí; era un día de invierno y yo buscaba refugiarme del frío mañanero. Entonces entré y me senté en la única mesa que quedaba libre. Mientras me preparaban el almuerzo, me entretuve mirando a través de los cristales: un chico me llamó la atención, sostenía “La mecánica del corazón”, mi libro favorito. Abrió la puerta, y al ver el café abarrotado, me miró.
 -¿Puedo sentarme?
-¡Claro!, ¿cómo no?- respondí.
Enseguida nos presentamos, ¿cómo olvidar su nombre?, Jean. Comenzamos a hablar sobre libros, historias y resúmenes sobre nuestras vidas. Lo que empezó por la mañana, continúo en un Fast-food como comida. Y quedamos en regresar al mismo sitio, a la misma hora, todos los sábados.
Sábados, y sábados y más sábados. Eso recuerdo. Y también palabra por palabra, silencio por silencio.
-¿A quién amas?- me preguntó mientras me daba la mano.
-Te amo, te quiero a ti.
-No deberías temer a soñar un poco más grande, querida.-Confundida, fruncí el ceño, como buscando un motivo a esa respuesta. Sonrió; joder, me daba la vida.-Yo también te quiero a ti.
Y ya no fueron sábados, ni mañanas, sino días enteros, noches, madrugadas. Me quiso; lo sé. Juro que éramos infinitos, que nos tatuamos un “siempre” en el corazón. Y lo sigo teniendo. Como si estuviera grabado con fuego.
También recuerdo detalladamente el sábado que no nos vimos, en el que me llamó.
-Dime quién soy- comenzó- no lo sé. Te necesito, ya no puedo demostrarte lo que te quiero de forma humana- Y colgó.
Pensaba que quería morir, pero en realidad solo quería ser salvado.
¿Cómo es posible perdonar si no podemos olvidar?

viernes, 16 de noviembre de 2012

She tried, she couldn't


Mis fuerzas se desvanecen poco a poco, lo que es gratificante, ya que llevo demasiado tiempo así. Estoy sentada,  apoyada sobre la pared, pero noto como empiezo a caer sin ni siquiera poder evitarlo; así que me quedo tumbada, sin esperar nada; ya he esperado suficiente.
Deliro.
Veo figuras extrañas, como sombras, que se apoderan de mí. Escucho lamentos, sollozos y comienzo a ver borroso. Se me entumecen las extremidades, que dejan de sentir el frío suelo de baldosa sobre el que descansan. Intento inútilmente levantarme; no sé por qué lo hago, me estoy quedando sin energía, como la batería de un puto ordenador. Me estoy apagando, por fin.
Esta vez lo he hecho bien. La sangre no corre por mis venas, sino sobre ellas. Los cortes, verticales y profundos, se sumergen en las cascadas carmesí que recorren mi antebrazo.
No he dejado los motivos grabados en ninguna parte. No lo he hecho porque no los tengo. Quería acabar con esto.
Soy yo la que está al revés. Pienso diferente. Estoy loca. Paso de la risa al lloriqueo en un segundo. Creo que todos están en mi contra. Que vienen a por mí. Que si no lo hago yo ahora, alguien lo hará antes, y no le voy a conceder ese placer.
Dentro de  poco, los verbos irán en pasado. Yo seré un recuerdo, una mala memoria. Algo que estuvo ahí, que nadie supo controlar. Indomable, como el tiburón. Rebelde.
Me pesan los párpados, y no me resisto a cerrarlos. Ya me he rendido suficientes veces.
Pertenezco a otro lugar, a otro tiempo, otra vida, otro cuerpo. Esta no soy yo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Chico no conoce a chica


Me dispongo a escribir. Tengo ganas, y demasiadas ideas desordenadas que, al intentar salir, se amontonan en borrones y folios arrugados, y rabia. Trazo las primeras palabras de lo que sería una carta para ti; empiezo con un “Querido”, pero suena excesivamente cursi, y vuelvo al comienzo, entonces, escribo tu nombre. Y un punto.
Se me ocurren tantas quejas que poner, pero no hay nada que te pueda reprochar. Tú eres así, eras, y siempre serás. Y joder, tonta, ingenua de mí, que te intenté cambiar; pero eso es lo que me gusta, tu aire bohemio, tu espontaneidad. Tus ganas de vivir, de no mirar atrás. Y tienes razón, ¿para que me quiero engañar? No somos uno, ni dos; somos todos los que estamos mal. Hacemos locuras, intentamos querer con cordura, pero hay cosas imposibles y es que, “en el amor y la guerra, todo vale”, desde el más doloroso engaño, hasta el más preciado detalle. Y todos nos hacemos daño. Y decimos que no importa, aunque nuestros ojos digan lo contrario. Pero es que hay veces, que para salir hay que seguir dentro, y sigo pensando que el paraíso podría ser cualquier lugar del mundo si es a tu lado.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ella


Estamos tirados en la hierba. Perfilo su rostro con la mano para recordar cada detalle. Su pelo cobrizo ondea desde la frente, pálida, fría. Su nariz, recta y con la punta algo respingona, paralela a sus rosáceas mejillas, aunque yo solo veo la izquierda. Sus labios, entreabiertos, como susurrando melodías. Son rojos. Son perfectos; es perfecta. Se gira, me mira: ojos grandes, redondos, color avellana. Pestañas largas, negras.
Tiene un rostro melancólico; parece una golondrina con el ala rota, que desea echar a volar, pero que sabe que sus esfuerzos serán en vano.
Siempre he preferido a los animales libres, en su entorno y, a mi lado, no es el suyo. Me encantaría decirle que vuele, pero no puedo; la quiero.
Parece que me pide perdón con la mirada por adelantado, por el daño que me va a hacer cuando se vaya, ya que es inevitable que se marche.
El riachuelo a un par de metros de nosotros es la banda sonora perfecta. El olor a campo, la sombra de los árboles. Echaré de menos esto.
Se incorpora. Ahora su mirada se pierde en el horizonte. Respira mientras cierra los ojos y se quita los pendientes. También se despoja de su vestido, que deja arrugado al lado de sus zapatos, tirados en el césped, y desaparece bajo el agua. No quiero que se acabe.
Ojalá no hubiera habido principio, así no tendría que haber un final.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Across the Universe



Me tumbo en la azotea y observo las estrellas; nunca antes me había parado a mirarlas de esta manera, parece que hoy brillan mucho más que el resto de los días. El viento sopla y me cruzo de brazos para sentir algo de calor. Es una noche preciosa.
Pienso en todo lo que existe ahí arriba, en lo poco que somos y lo mucho que nos creemos, en que haya una especie de muchacha en algún planeta lejano que se encuentre en su tejado contemplando el Universo desde otro punto de vista y me imagine a mí, y que, a pesar de la inmensidad de lo que le rodea, se sienta sola y busque consuelo en pensamientos fantásticos, ficticios, utópicos.
Quiero creer que hay otros tipos de vida porque, a decir verdad, ésta no me está gustando nada.
Imagino la cara de la luna, porque los cráteres desde la Tierra parecen dibujar su rostro. A pesar de reflejar la luz del Sol, es mucho más bonita que éste, porque destaca en la relativa oscuridad de la noche. Me refiero a que, cuando más ciegos estamos es cuando más tenemos la oportunidad de ver. Y, a propósito de lunas, me llama la atención “Europa”, una de los cuatro satélites galileanos, en cuyos océanos sería posible la vida ya que contienen más oxígeno que los terrestres. Europanos, gracioso, ¿no?
No pretendo ser astrónoma, pero “oye, aquí al lado hay un Universo de locura, ¿a qué esperamos?, E.E. Cummings”

sábado, 10 de noviembre de 2012

Es que, no me conocéis


Tienes una hora de tren por delante y solo llevas una mochila con un móvil apagado, una caja de chicles de menta, un monedero sin efectivo y un paraguas. Los veinte primeros minutos te agarras a la barra del techo porque ni siquiera quedan asientos libres, y te dedicas a mirar la hora, la temperatura y cuál será la próxima parada. Te fijas en la gente e imaginas su vida. La del hombre de tu lado, que lleva una bolsa con un libro recién comprado “La enciclopedia más completa de los personajes Lego Star Wars”, piensas que seguro que tiene una reproducción de Springfield a escala. El chico que bajará en la próxima parada, el que te cederá su asiento, avisa a una chica de que se le ha caído un billete, aunque tú hubieras apostado que él sería el primero en agacharse a recogerlo; prejuicios. La pareja que ahora se sienta delante de ti se pregunta cosas sobre los colores, sobre un examen. ¿Qué estudian? El chico lleva como pendiente una cremallera roja. Nunca llevaría uno así, pienso imaginándome la peor situación. Una niña lleva una capa gris y unas botas rosas; es preciosa, pero seguramente no tenga las oportunidades que yo he tenido. Eso me recuerda a un documental “Los niños de la estación de Leningradsky”, sobre los niños abandonados de Moscú. ¡Ojalá pudiera cambiar el mundo! No soy capaz de hacer mucho.
Miro la próxima parada: final de trayecto.
Cuando se para el tren no puedo coger el autobús; no tengo efectivo porque una mujer me pidió cuarenta céntimos en la estación y le dí dos euros pensando que se compraría una hamburguesa. Confío demasiado en que todo mejore.
Camino, y lo que creía que sería un agradable y fresco paseo se convierte en millones de reflexiones y sentimientos de culpabilidad, y alguna que otra lágrima. Y me agobio, y deseo con todas mis fuerzas que se acabe ya. Quiero una tarjeta sin fondos y arreglarlo todo.
Llego a la que hubiera sido mi parada a la vez que el tercer autobús que he visto pasar durante el camino y, otra vez más, disfrazo mi cara con una sonrisa.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Irse significa olvidarse


Nunca digas adiós porque decir adiós significa irse, e irse significa olvidarse.
No fue un amor de verano, ni de primavera. Ni siquiera fue un amor. Preferimos llamarlo amistad pasajera.
Las hojas doradas de los árboles caducos comenzaban a caer, y las ardillas peleaban por las bellotas que ya yacían en el suelo. El viento agitaba las banderas de los barcos del puerto y provocaba un relajante sonido de las olas al romper en la orilla.
Enfadada conmigo, con el mundo, con todo, con todos, decidí hacer de la arena un colchón y de mis brazos la almohada. Mi botella de agua se vería sustituida por una de tequila; y con suerte, mi estado de embriaguez me llevaría a alguna locura que me reconciliase con la sociedad.- Al menos eso pensaba hasta que llegó él.
Leiva decía sentir lo mismo, quería desaparecer, quedarse solo. Vagar por el mundo desamparado, aislado; tanto es así, que planeamos fugarnos, huir, esfumarnos como el humo. Conectamos. Éramos como las dos piezas perdidas de un puzzle, fragmentos sueltos que se pueden unir entre ellos, pero que no encajan en ninguna parte.
Esa misma noche, la primera, caminamos hasta el amanecer llegando hasta las playas más recónditas de nuestra aldea. Desayunamos tres amargos tragos de tequila y un abrazo, y nos tumbamos a observar cómo el sol aparentemente se movía, lo cual nos encarriló al motivo de nuestra partida: el desengaño. Todo es una ilusión; el sol permanece quieto, nosotros giramos a su alrededor; las personas, la Tierra, es una mínima parte irrelevante para el Universo; nuestra existencia tiene un principio y un fin, sin causa, sin consecuencias.
Retomamos el camino. Esta vez mar adentro. Esta vez dándonos la mano, seguros de lo que hacíamos. Avanzábamos lentamente, como si con cada paso nos despidiésemos de un episodio de nuestra vida. En el último, el que nos llevaría a la última bocanada de aire antes de soltarlo bajo las olas, nos despediríamos de nosotros mismos.
Exhalé mi último aliento y mientras contemplaba las burbujas ascendiendo, buceaba evitando la tentación de subir a la superficie. Al mismo tiempo, noté como la mano de Leiva se desvanecía, dejando la mía vacía; se había evaporado, nunca había existido.
Dicen que los segundos antes de morir ves tu vida pasar ante tus ojos.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Nos caímos de los árboles


Solíamos aterrizar de pie, como los gatos, pero acabamos arrodillándonos y poco a poco más cerca del suelo. Nos hicimos añicos como un tarro de cristal, y los pedazos de nosotros eran afilados y cortantes. Hacíamos daño a quien nos quería tocar. Sangre.
Nosotros también nos perjudicábamos, el uno al otro, como si fuéramos enemigos. Y, ¿te digo la verdad? Lo éramos. Nos queríamos porque nos odiábamos, no soportábamos estar juntos, pero tampoco separados. Nos queríamos bajar de ese tren, pero no sabíamos cómo hacerlo, aunque, ¿lo hubiéramos hecho? No estuvimos a la altura, porque ya dicen que para estarlo hay que ser maduro, y ni tú ni yo estábamos a punto de caernos de las ramas de un árbol.
Ahora, supongo, ya hubiéramos alimentado a cientos de hormiguitas, y gusanitos, porque estamos podridos. Hemos dejado de lado lo que nos hacía jóvenes. Lo que nos alejaba de las arrugas. Y todo por un verano, dos tal vez, maravillosos, que convertiéronse en insufribles y semejantes al infierno.
Todo tenía que pasar, y el tren ya ha llegado a mi estación, el otoño.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Me gusta el olor a lluvia

Le dio la mano, y ella pensó en el corazón,
le dijo te quiero, ingenua, creía que era amor.
Irían al fin del mundo, y así lo hicieron,
pero él ya no volvió
Era 20 de Abril, un día que, a menudo, llueve. La pequeña soñadora nació inmune, como si ya tuviese el paraguas abierto. Así que todo le resbalaba. Todo acababa cayendo al suelo y, como mucho, salpicaba en sus botas de lluvia, lo que hacía que siguiera indiferente.
Además, no era un paraguas cualquiera; no se daba la vuelta cuando hacia viento, tampoco podía volar, ese ya lo eligió Mery Poppins, sin embargo, se trataba de un paraguas bastante grande. Cualquiera que odiase la lluvia podía refugiarse en él, y la soñadora dejaba entrar y salir a todo aquél que quisiera, por lo que conoció a toneladas de gente olvidadiza o que perdía su paraguas.
Fue en Abril, también, cuando el que dejó su paraguas en casa era otro soñador. Algo mayor, pero soñador como ella. Embaucador. Una sonrisa perfecta que hacía parecer que bajo la tela impermeable del paraguas hacía sol, aunque fuera de ésta los relámpagos y truenos fueran los protagonistas. Sus ojos reflejaban la luna durante las noches lluviosas, y la pequeña soñadora se sentía protegida.
Llegada la estación de verano, era hora de abandonar el paraguas, y lo más parecido, sería una sombrilla.
Él le dio la mano. Ella se la tomó. Dijeron de ir al fin del mundo, pero allí también hacía sol.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Hoy llueve en el paraíso

La única función de una lágrima tendría que ser la de limpiar el ojo, pero la mayoría de veces lo que intentan limpiar es un daño. 
Hemos cerrado la puerta con cerrojo, no queremos que nos vean, que se introduzcan en el fondo. Somos como una caja fuerte, pero débil, porque guardamos lo que nos hace daño bajo llave. Es posible que ni siquiera sepamos lo que ésta oculta, ni nos pique la curiosidad. Solo debemos protegerlo. Intentos fallidos de consolación ya que, al vernos, dicen sentir preocupación. Horas tirados, en la cama, pañuelos, ojos rojos, llorosos. Una mente inestable. Y todo se acumula. Las lágrimas, las dudas. 
Fingimos que todo va bien, o nos lo creemos. Sonreímos en los buenos momentos, decaemos los días de lluvia. Somos normales, eso piensan. Pero bajo el desamparo de la soledad, somos diferentes. Lloramos, y lo hacemos sin sentido. Sin conocimiento. Sin solucionarlo.
Silencio, la única respiración. Eso escuchamos. A veces música melancólica que nos haga sentir peor, porque nos gusta. Somos masoquistas. Imaginamos mil maneras de morir y soñamos con la que más daño hace. Escribimos creyendo que nos va a ayudar, e incluso algunos hacen rituales con sus escritos. Dibujamos, leemos. Buscamos algo que nos de esperanza, algo a lo que agarrarnos. Ignoramos que tenemos que cambiar nosotros.
Llaman a la puerta: Nos lavamos la cara, respiramos hondo. 

Hoy llueve hace sol en el paraíso.