La primera lágrima es la más fácil
de contener, porque a partir de su caída, las demás fluyen silenciosas y
desordenadas. Estoy acurrucada en la cama. Anoche me acosté llorando y facilitó
que me durmiese. Hoy, el sol que entra por las rendijas de la persiana me ha despertado;
pero no quiero moverme. Me tapo la cabeza con el edredón y presiono mi cabeza
contra la almohada. No sé muy bien con qué fin, pero quiero seguir soñando
porque la realidad es demasiado cruda para mí; cualquier evasión de ella es un
regalo. Lo que pudieran ser pesadillas durante la noche es mi día a día, así
que no me importa recordar lo que sueño porque siempre es algo que desearía,
mejor que lo que vivo. El sol mañanero es solo una forma de engañarme; el frío
de anoche sigue en la habitación. Me gusta. Me acurruco un poco más y logro
sentir mi propio calor; no es equiparable al que te puede dar otra persona,
pero es mejor que el gélido colchón. Me he encargado de que el poco oxígeno que
cabía bajo el edredón se convirtiese en dióxido de carbono así que empiezo a
agobiarme y me destapo. Este gesto supone algo evidente: El día ha empezado.
Cada vez que hago esto, cada vez
que pongo los pies en el suelo, me propongo cambiar, pero la monotonía de lo
que me rodea me hace volver a la rutina: soy un saco de agua salada que se
llena a diario y necesita vaciarse; así que acabo igual. Entre cada despertar salgo con ganas de
empezar de 0, de mirar desde otro ángulo las cosas, de decirme “yo puedo con
esto y no esto conmigo” pero con el paso de las horas las palabras se
desordenan y emborronan y así, cuando empieza a oscurecer, mi lema es “esto
puede conmigo”. Y me vengo abajo.
Entro a mi casa, donde el denso
humo del tabaco me provoca nauseas, y me dirijo hacia mi habitación. No quiero
hablar, no quiero cenar, no quiero vivir. ¿Por qué no se acabó el mundo? Nadie
hubiera llorado la pérdida de los demás; aunque si yo muriese ahora dudo que
alguien llorase por mí. Cojo el ordenador, me pongo los cascos y escucho música.
El modo aleatorio es el que decide cuando me dormiré. Esa canción clave que es
la banda sonora de una película de drama: mi vida. Lo apago. Me meto en la cama
y lucho por mantener la primera lágrima, la más salada y dolorosa, dentro de mí.