miércoles, 2 de abril de 2014

El lago de los dos sentidos

Estaba en el lugar perfecto, el lugar idóneo para perderse. Estaba lejos de todo y de todos. Y lo olvidé.
                Cada mañana, me despertaba en la orilla del lago, entre árboles y arbustos. Podía ver cada rayo de sol atravesando el agua e iluminando las maravillas que el lago contenía. Era fácil entrar en él, pues el sol calentaba como en ninguna otra parte y nunca hacía frío. Nadaba al compás de las olas, siguiendo a los peces, sintiéndome viva. Podían pasar horas hasta que estuviese fatigada de hacerlo y, entonces, caminaba entre los árboles y palmeras que rodeaban al pequeño oasis, aprendiéndome cada milímetro de su alrededor. Observaba a los pájaros anidando, los cervatillos brincando y otras criaturas. Era precioso.
                No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, de hecho, ni pensaba en ello. Nada envejecía en ese lugar, cada día era algo nuevo. Lo veía distinto, más perfecto, más mío, o…o yo más suya.


Si nunca hubiera descubierto ese lugar, no hablaría en pasado sobre mi vida.