Gloria estaba cansada
de tantas burlas, así que Gloria decidió acabar con ello para siempre. Anduvo
campo a través hasta llegar al riachuelo que cruzaba la pequeña ciudad. Ella
admiraba a los grandes poetas como Edgar Allan Poe o Lord Byron, e incluso
soñaba en verso. Gloria escribió un poema mientras oía cómo el río seguía su
curso y cómo la brisa lo aceleraba. Se preguntaba el porqué de la vida, de la
muerte, de su vida y de si debía morir. Sabía que este mundo era de locos y que
ella formaba parte de él, pero, ¿de qué manera estaba atada a este sinsentido?
Gloria pasea al lado del río bajo la sombra de los sauces;
huele a otoño. Hojas cobrizas acarician su rostro y le dejan respirar la
tranquilidad del silencio. Escucha. ¿Lo oyes? Es maravilloso. Parece algo
triste, pero la compañía de la soledad es quizás la que más apreciaba Gloria.
¿Gloria?
¡Gloria!
Gloria yace bocabajo en el río. La corriente le arrastra.
Gloria no quería esta vida ni sabía nadar. Gloria ahora hace poesía en algún
que otro cómodo lugar.
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